SEMANA DE CIRCO VICTORIANO- DIA 4

 



En lo profundo del bosque, donde los caminos desaparecen y las sombras se alargan, se alzaba el Circo Nocturno de los Raros, un lugar donde los límites entre lo real y lo fantástico se desvanecían bajo la luz tenue de las antorchas. Era un circo que solo aparecía cuando la luna estaba en cuarto menguante, atrayendo a aquellos que buscaban lo extraño, lo grotesco... y lo prohibido.

Aquella noche, tras una función que había dejado escalofríos en el aire, los artistas del circo se reunieron en una pequeña carpa apartada, más oscura y misteriosa que el resto. El Maestro de las Sombras, un hombre alto con un sombrero de copa y una sonrisa torcida, se paseaba entre los invitados, invitándolos a una merienda que nadie olvidaría jamás.

En el centro de la carpa, una mesa larga, hecha de madera oscura y rugosa, estaba cubierta por un mantel negro como el carbón. Velas derretidas iluminaban apenas las esquinas, proyectando sombras que parecían moverse con vida propia. Alrededor de la mesa, los miembros del circo se sentaron, cada uno más extraño que el anterior.

Madame Lúgubre, una mujer de ojos oscuros como pozos sin fondo, colocó ante ellos una bandeja de galletas con formas retorcidas, como si estuvieran hechas de figuras que trataban de escapar. Estaban rellenas de un extraño jarabe oscuro que goteaba lentamente al ser mordidas. Al degustarlas, no era el dulce lo que se sentía, sino un sabor agridulce que traía recuerdos olvidados y sensaciones de algo que nunca debería haber sido recordado.

El Hombre de las Mil Cicatrices, con su rostro cosido y remendado, sirvió una bebida extraña en copas de cristal roto. "Licor de medianoche", lo llamó, un líquido negro que brillaba con un resplandor púrpura, como el veneno de una criatura desconocida. Aquellos que lo bebían sentían un frío correr por sus venas, como si el invierno se hubiese instalado en sus corazones.

Las Hermanas Sin Rostro, envueltas en sedas negras que flotaban en el aire como humo, presentaron un pastel cubierto de una capa de azúcar oscura, que al cortarse revelaba un interior inquietante: el bizcocho parecía latir, como si tuviera vida propia. Los que se atrevían a probarlo sentían cómo sus propios corazones se aceleraban, como si el pastel se hubiera conectado con su propio ritmo vital.

Y entonces, El Gran Mefistófeles, el titiritero maestro, hizo su entrada con un plato cubierto. Al destaparlo, reveló pequeños dónuts que giraban sobre sí mismos, sus superficies cubiertas de polvo de carbón. Pero estos no eran simples dónuts; aquellos que los probaban veían visiones fugaces de un futuro que les helaba el alma, un destino del que no podían escapar.

La conversación en la mesa era apenas un murmullo. El ambiente se sentía pesado, denso, como si algo en el aire estuviera absorbiendo la luz y la alegría. Cada bocado era un paso más hacia lo desconocido, hacia un abismo que parecía llamarlos desde el otro lado del tiempo.

Y, cuando la merienda terminó, las luces de las velas se extinguieron una por una, dejando la carpa en penumbra. Los comensales, ahora con el estómago lleno y los corazones inquietos, se levantaron en silencio, sin decir una palabra, sabiendo que esa noche no sería olvidada. Pero algunos, al salir, no pudieron evitar mirar hacia atrás, hacia las sombras que seguían danzando en las paredes... como si algo los estuviera observando, esperando la próxima vez que el Circo Nocturno de los Raros apareciera bajo la luna menguante.


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Hoy les traigo algunas recetas sencillas de hacer para acompañar esta semana de circo  friki.

Primero, Galletitas con chispas de Chocolate en Sartén de Hierro.

Segundo, Donut de Coco

Tercero, Infusión de Hierbas.














Puedes descargar las recetas aquí

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